domingo, 15 de febrero de 2009

De la bolsa y la vida (Cierre de mercados del 18 de enero de 2006)

(Comienzo aquí una sección con varios comentarios de bolsa publicados en varios medios de comunicación a lo largo de algunos de éstos últimos años. No se trata de la crónica de un día. Si alguien se embarca en su lectura que sepa que no se encontrará, simplemente, con datos referidos a una jornada cualquiera, sino con un estado de pensamiento que, en todo caso, siempre tuvo la vocación de sistema, aunque se mostrara fragmentario.)

El gran teatro de los sueños de los mercados del mundo, que, a la vez, son muchos y uno sólo, aunque sean más uno, realmente, que muchos, hoy ha descendido a los infiernos de su propia impotencia ante sí mismos, de su coherencia vital, de su propia idiosincracia. Y es que no hay nada más endeble ni más aparentemente poderoso que los mercados financieros; que el mercado financiero en que se ha convertido -a simple vista para siempre, aunque eso nunca se sabe- el mundo conocido: un universo de cobardicas, tramposos y ventajistas -dicho todo esto sin afán de molestar y con el máximo respeto-, en el que cada uno va a lo suyo, y yéndo a lo suyo, que no es lo de todos, hacen su ley -con trampa incluida, por si las moscas y para tener clara, en la mayoría de las veces, la práctica diaria- y se reparten la merienda como lo que son. La economía que consagran es la más arqueológica de todas; aquella que dice que el beneficio de uno es el beneficio de los demás. Pura patraña, pues el beneficio de uno será el beneficio de los demás según cómo y por qué -algunos incluirían también aquí un "cuándo" y un "dónde", pero yo no, porque no frivolizo-. Y es que son "descendientes" y herederos directos de los dioses griegos, dueños del mundo, al que someten a sus caprichos y a sus trampas. Dioses de barro, pero dioses al fin. Se sienten dioses y viven como tales. La única regla que cumplen en este escenario del "todo vale" es la de que no se les descubra, pues eso, ser descubiertos, les saca, sin remedio, del retablo; les supone la expulsión del paraíso en que tenían hasta entonces su morada, y sin necesidad de querubines de espadas flameantes, se marchan por su propio pie -haciendo de paso, el daño que pueden- y abandonan, ante la indiferencia aparente de los demás, el gran teatro de los sueños del que eran coprotagonistas hasta hace apenas un minuto. Jekill y Hyde, dirían los amigos del tópico, y se equivocarían, porque estos tíos sólo tienen una cara, la de Hyde. Lo demás es cosa de atrezzo, peluquería y maquillaje. Y cuando cae un Hyde, no pasa nada, pues todos son fundamentalísimos y perfectamente reemplazables a la vez.
Siempre les cabrá la posibilidad de ser ave fénix, pero de eso hablaremos otro día, porque hoy de lo que se trata es de ver un caso, el caso de un listillo que no resultó serlo tanto. Si un listillo -y normalmente el listillo se cree más listo que el listo y el listo, a su vez, se siente más inteligente que el inteligente- prevarica o falsea los balances de su compañía o manipula, por ejemplo, las cotizaciones de la misma en los mercados financieros no pasa nada, pues cuando pasa es cuando es descubierto el pastelillo que se han montado. Entonces sí que se monta la mundial, el pánico se adueña de todo como un magma pompeyano, lo sepulta todo, lo fagocita todo y todo es descontrol y oscuridad. Entonces, como hoy, la bolsa de Tokio, por ejemplo, ¡la de Tokio nada menos!, se ve obligada a cerrar sus puertas antes de tiempo, se desploma con un desmayo de los de abrir boquetes como cavernas en el suelo, surte de clientela a los hospitales más cercanos hasta abarrotarlos, da trabajo extra a lo bestia a la polícía y a los juzgados de la zona, arruina a los peluqueros que haya cerca -pues a muchos le entra de golpe alopecia galopante-, y provoca la tragedia en que todos se ven, se sienten y están sepultados por el magma que provoca la torpeza de uno sólo -torpe no por hacer lo que hace -que es lo hacen todos-, sino por ser descubierto, insisto, y eso es lo que hay, y allá cada uno con las conclusiones que saque-, y todo el mundo añora el statu quo perdido momentáneamente, pues a todos le salen los números en rojo de repente, y a todo el mundo se le acaba el mundo y los abismos insondables se abren bajo la costra vesubiana que ya es irremisible y no tiene solución. Y en este caso, tampoco nadie se acuerda de que lo que es de hoy ya mañana es prehistoria -e, incluso, arqueología- ni de que mañana será otra jornada en que comerse unos a otros, porque estos tíos no tienen sangre en las venas: tienen hojas de excel, contabilidad creativa, afán de poder, mala uva y ningún respeto por lo ajeno. No digo que no haya expeciones, pero las excepciones tienen que ir con más cuidado que nadie. Y es que hay que entender que además de cagones -pues no hay nadie más cagón que el que está en la cumbre, y en esto en la cumbre, o cerca de ella, andan todos-, los mercados financierois tienen un protagonismo en nuestras vidas absolutamente impropio, si a su naturaleza nos circunscribimos. Otro día también hablaremos de todo ello, y hasta quizá les proponga un "Curso superior de ignorancia en mercados y otros circos" - y le tomo prestado el título al poeta Miguel D'Ors, que con un libro de igual título que el del curso que les propongo, obtuvo hace unos años el Premio Nacional de la Crítica-, pero eso será otro día, porque ahora no me hallo capaz de explicarles los objetivos de un programa de información cuya única formación sería resumida en una frase: "Todo tiene un precio en esta vida".
En fin, los mercados son así. Allá él si alguien se los toma demasiado en serio e, incluso, al punto, como desgraciadamente hay tantos, de "entregarle" sus anhelos, su envejecimiento personal, su vida al fin, toda su vida toda, y estornudan como y con la Bolsa de San Francisco cuando un alto directivo pierde el vuelo de las doce para Detroit, y tiemblan como y con el cataclismo que se produce en Hong Kong o en Nueva York cuando una eléctrica alemana reduce sus beneficios, pongamos por caso de 2.000 millones de euros a 1.500, y rebosan de alegría -de una infinita alegría y satisfacción- con una recomendación al alza que una casa de valores londinense haga sobre las acciones del tercer fabricante mundial de envases de cristal para aceitunas, como si en ello le fuera su futuro...
(...)
- Sí, ya sé que vuelvo hiperbólico, pero es que alguien me ha dicho que a mí no me apasiona la bolsa...
-Es que se pasa, amigo...
-¿Cómo que me paso? No me interrumpa, siga leyendo y no se equivoque, que me distrae.
(...)
En fin, ya digo...
Eso.
Pero, ¿quién ha dicho que a mí no me apasiona la bolsa, cuando lo que la bolsa nunca hará será mandarme al frenopático, que esto fue un firme propósito que yo mismo me hice hace ya algunos años, inmerso como estaba por entonces hasta el gorro -con alma, corazón y vida- en las hipnotizantes pantallas reflejantes de ese mundo cuyo propósito era y es dominar el mundo y cuya realidad es que casi ni puede dominarse a sí mismo -acaso sólo protegerse en su impunidad-, porque lo de dominarse ni es prioritario para ellos ni es objetivo alcanzable, a golpe como andan a diario de reafirmación en su idiosincracia y en sus objetivos de dominio, o no es verdad que el capitalismo más salvaje -que es el que dicta, realmente, sus normas y su modo de vida-, es el que nos explica lo que ha pasado con una compañía llamada Livedoor, su presidente -un tal Takafumi Horie- y la bolsa de Tokio; el precio del petróleo, sus dueños -los del crudo, que nos lo ponen crudo al resto, para variar-, y las repercusiones de áquel -el precio, el maldito precio que nos recuerda que todo tiene un precio y el precio cuando el bien es escaso lo pone el que tiene el bien y todos tienen que bailar su "jota" particular y tiránica- en todos los rincones del planeta, o, en otro orden de cosas, el cañón -incluso, quizá, giratorio- en que Endesa se ha convertido a base de sacer pecho e inflarse en su propia soberbia -hoy la eléctrica ha sido el único valor de los considerados "grandes" del selectivo madrileño que ha subido, tras registrar los mejores resultados de su historia, y menos mal que a la CNMV no le ha dado por suspenderla, como ya hiciera el nefasto 16 de noviembre pasado, aunque la empresa que preside Pizarro ha anunciado un dividendo de dos euros y medio por título, que se dice pronto-, y eso -no los casos que expongo, sino el planteamiento de fondo- no es sino una señal inequívoca de que los mercados enganchan, como engancha el lado oscuro de la fuerza -que es el lado en el que viven, ya digo, los mercados cada día-, como engancha todo aquello que engorda, está prohibido o es inmoral por la sola razón de que la condición humana es así, y, además, porque ser bueno no cotiza, precisamente, al alza, y más vale pisar al de al lado antes de que él te pise a ti -porque pisar te pisa si se empeña en ello, no hay género de dudas, y aunque estés prevenido, y aunque no se empeñe, porque el de al lado no entiende su vida sin pisarle a uno-, y es mejor ser trepa, tiburón o alimaña, porque eso le hace a uno ser "tela de chachi", por siendo, por ejemplo, cualquiera de esas cosas, se es a los demás, además, simpático, y se le cae bien al personal de turno, y se consiguen los objetivos de properidad y asentamiento en el estatus deseado con cierta facilidad -no olvidemos que la condición humana es así-, y no nos queda más remedio que aceptar la mochila que se nos encasqueta tal como nos venga, porque no nos queda más remedio, y, como no nos queda más remedio, va uno y pacta con la realidad, pero, ojo, la realidad no es el entorno que nos rodea, y entonces comienza nuestra confusión, porque vivimos en la selva, y la selva es una, pese a lo cual nos la venden como un conjunto más o menos numeroso de árboles que adornan un jardín -y por ahí comienzan a confundirnos, pues nos inducen a que los árboles no nos dejen ver la realidad de la selva, y si la vemos es que estamos locos y debemos ser expulsados del sistema, del orden, de la verdad que se nos dicta-, y ahí termina la vida y comienza la supervivencia, y eso es la bolsa, un mercado secundario sublimado hasta términos increíbles por los que quieren hacer un manual de vida "Un mundo feliz" de Adolf Huxley, y a mí eso sí que me apasiona, porque lo que me apasiona es ver que las cosas son, en realidad, mucho más simples de cómo nos las presentan, que la bolsa es un reflejo de libro de la condición humana, un juego que nos demuestra la poca evolución que, realmente, ha habido en los últimos dos mil quinientos o tres mil años, porque apasionarme me apasiona -la bolsa, recuerden-, pero no hasta el punto de que mi vida sea la bolsa, porque entre la bolsa y la vida yo escojo la segunda, y ésta es una razón más, pese a que me sentencien con aquello de que no me apasiona la bolsa, o alguien en su sano juicio estaría dispuesto a ser internado en una sección de psiquiatría hospitalaria por razón de un trabajo en que, al fin y al cabo, se sienta en la barrera y cuenta y comenta lo que pasa cuando lo que pasa es la propia vida?
El gran teatro de los sueños hoy nos marca el siguiente drama: Un señor japones tiene hace años una empresa de Internet -esto es, virtual, ya estamos con el cuento-; es una empresa que cotiza en la bolsa de Tokio, y no lo hace mal del todo. Ese mismo señor se hace de oro y vive su propia gloria, pero lo conseguido le parece poco, y entonces decide falsificar los números de su empresa -como es natural, para mejorarlos aún más-, y no pareciéndole suficiente lo ya hecho, también decide manipular las cotizaciones de su compañía -llamada, por cierto, Livedoor, "puerta de vida"- para que su valor bursátil aumente. Sólo se trata de eso, y todo va bien desde entonces, mejor aún. Este señor ha hecho lo que todos en mayor o menor medida hacen. Sin embargo, las trampas son descubiertas, algo que nunca ocurre en la mayoría de los casos. Y todo se viene abajo, agravado por algunos malos resultados de compañías -en esta ocasión Intel y Yahoo-. La bolsa de Tokio cierra por primera vez en su historia antes de hora, el resto de los índices del mundo se derriten como la cera -el Ibex ha perdido cerca de un punto porcentual, para situarse ligeramente por encima, al final, de la cota de diez mil setecientos, por ejemplo-, y caen despavoridos de puro pánico y cagalera, acentuada ésta, además, por un subidón de los de antología del petróleo -rondando hoy los sesenta y cinco dólares el barril de Brent- y por la realidad de unas materias primas que marcan máximos históricos cada día desde hace ya bastante tiempo -una onza de oro, por ejemplo casi se asoma ya al balcón de los seiscientos euros-, y entonces ya no hay más que esperar a mañana, leche, y saber, como Serrat cantando a Antonio Machado, que, para la bolsa, como para la vida, en el gran teatro de los sueños, "todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar...".
Manuel Pérez-Petit

Posdata: hoy sí hay posdata, además de comentario, y es para indicarles tres cosillas:
1.- Este cronista perdido y reencontrado agradece a todos aquellos que le han escrito reclamando sus comentarios y les prometo..., bueno, no les prometo nada, pero me acuerdo de ellos.
2.- Estre cronista poeta se ha propuesto, de tanta pasión como tiene por la bolsa -si no la tuviera haría cosas convencionales, que es lo que nunca hace y que es lo fácil y lo barato-, llegar a escribir un día un comentario de mercado sin números. No se lo pierdan. Y es que los números ya los tienen, y en la cantidad que quieran, por todo Basefinanciera.com.
Y 3.-Este cronista les invita, aprovechando la ocasión, a visitar su blog, cuyo lanzamiento mundial tendrá lugar en la próxima semana, pero en la que ya se pueden leer algunos de sus más afamados y célebres comentarios. Para ello, sólo tienen ustedes que escribir en la barra de direcciones de su navegador la siguiente dirreción: http://blogs.wanadoo.es/bfcierresmpp. Si lo hicieran, este cronista les estaría muy agradecido. Y si no lo hacen, también. Puede que lo hagan más adelante.

(Debo aclarar que los enlaces que puedan haberse deslizado en éste texto no son vigentes en la actualidad.)

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